El Club de los Poetas Muertos (1989) ganó un Óscar al mejor guión original. Interpretada por Robin Williams en el papel del profesor John Keating y un elenco de jóvenes actores, de los que algunos han alcanzado posteriormente la fama. Un estricto internado estadounidense, exclusivamente masculino, recibe a un profesor de literatura que, con métodos poco convencionales, hará vibrar a los jóvenes estudiantes; les enseñará el auténtico significado de Carpe Diem. El suicidio de uno de ellos (una metáfora de la cruda realidad) es el punto final de la historia, pero quedará para siempre el rescoldo perenne de su profesor.
El profesor Keating, al que llaman Capitán, con métodos poco ortodoxos, despierta en los jóvenes optimismo, alegría, honor y lealtad. Les enseña que deben pensar por sí mismos y que tienen una tarea importante que hacer en la vida. Los jóvenes idealistas deben aprender a vivir el momento, su Carpe Diem, pero también tienen que aprender a distinguir entre valor y prudencia. Su pedagogía, opuesta al sistema tradicional, pretende despertar a una sociedad demasiado encorvada a los usos y costumbres. Superar el ambiente rancio será su tarea vital, con armas tales como el idealismo, la fantasía, transformando las convicciones de los jóvenes para que sean poseedores de sus propias devociones. La escena en el salón de actos en la que suena el teléfono y un alumno le dice al director que es “una llamada de Díos” es genial, comparable a las mejores de los hermanos Marx, ni el mismísimo Groucho hubiera tenido mejor ocurrencia, subrrealismo total. Después del suicidio del amigo, uno a uno son vencidos por el sistema. La realidad de una sociedad inmovilista se impone; además, como siempre, busca al culpable de sus males fuera, no hace un solo gesto de constricción, de reconocimiento de sus propios errores. Expulsado del centro y culpado, injustamente, de la muerte del chico, el profesor abatido recoge sus últimos libros, pero es entonces cuando al grito de “oh capitán, mi capitán” siente como su tarea ha tenido éxito. Ese acto de insolencia, mitad fantasía y mitad rebeldía, ante el director es la certeza de que su siembra ha arraigo y dará sus frutos en el futuro.
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