"QUE LA CURIOSIDAD Y LA INQUIETUD NUNCA TE ABANDONEN"

sábado, 26 de febrero de 2011

EL DISCURSO DEL REY

Mostrar preferencia por algo es un acto humano que pertenece al ámbito de lo subjetivo. No todos pensamos igual, no todos decimos lo mismo. Cuando comentamos una película, estamos poniendo de manifiesto nuestra subjetividad, razonando nuestra propia opinión, con argumentos que pueden ser no coincidentes con los de otros opinantes. Después de ver “El Discurso del Rey” creo que es una gran película y espero que sea afortunada en los premios Óscar. Si te gusta el cine, la historia, la política y la educación, o sólo alguno de estos componentes, porque tiene de todo un poco, no dejes de verla, si aún no lo has hecho.

Ha tenido críticas buenas y otras no tanto. Tachan, éstas últimas, a la película como previsible, aburguesada, de excesivos colores fríos, con fotografía poco adecuada en algunos planos e, incluso, de ciertos errores históricos; pero en lo fundamental no hay dudas: la magnifica interpretación del actor principal, Colin Firth, y del secundario, Geoffrey Rush. Tampoco, en la valoración del conjunto: una magnifica película. Además, teniendo en cuenta que no ha gozado de una gran campaña de marketing publicitario, ni su presupuesto ha sido el de una megaproducción americana, 15 millones de dólares, aunque lleva recaudado más de 10 veces lo invertido antes de la entrega de los premios Óscar, lo que es un valor añadido.

Corren los años 30, Europa se tambalea con la llegada del nazismo (Hitler) al poder en Alemania. La monarquía británica se ve envuelta en una transición convulsiva. Eduardo VIII, el heredero, enamorado de una mujer divorciada, Wallis Simpson, que por cierto queda en la película como una mujer malísima, manipuladora y perversa, abdica a favor de su hermano Jorge VI. Éste padece una disfemia (tartamudez) que le impide hablar en público con garantías, tiene que recurrir a la ayuda de un logopeda que le ayudará en sus discursos públicos. Su esposa también será de gran ayuda.

La cinta gira en torno a dos personajes: Jorge VI (Colin Firth) y el logopeda (Geoffrey Rush). Ambos reproducen un duelo interpretativo comparable al del mejor cine clásico, hasta el punto que el terapeuta lingüístico, a veces, supera al protagonista. Tras insistir el logopeda en hurgar en la infancia de futuro monarca como vía de tratamiento de la tartamudez, tratamiento con técnicas poco ortodoxas, el futuro rey, en una escena catártica, entrega su infancia, narrando sus traumas infantiles y el desamor familiar que le acompaña. La escena, ambientada en la desconchada consulta, es para el recuerdo. Sencillamente, inolvidable. La humanidad, en ambos personajes, envuelve poco a poco la sala. Un rey de carne y hueso, alejado de los tópicos, despojado del armiño soberano, mano a mano con un actor fracasado que ejerce de especialista del lenguaje , no titulado, para ganarse la vida. En determinados momentos, parece más bien una obra de teatro que una película de celuloide, con el mérito que esto supone para la interpretación. Si, además, le añadimos la dificultad de interpretar una alteración lingüística, Colin Firth, va camino del Óscar al mejor actor. El australiano logopeda no le va a la zaga.

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